No hace mucho unos padres me confesaban su creciente preocupación. No les acababan de gustar algunos amigos de su hijo, aunque se conocían desde pequeños. A lo cual les respondí que me parecían buenos niños… La madre, con agudeza, se apresuró a aclararme:
El problema no son los niños, sino sus padres, sus familias. Son buena gente. Pero, mi hijo, cuando va a sus casas a pasar una tarde o un fin de semana, no nos gusta cómo vuelve. No todo lo que esas familias permiten que sus hijos hagan y deshagan se aviene a lo que nosotros le tratamos de enseñar al nuestro.