sábado, 18 de febrero de 2017

Falsedades y verdades de la excelencia educativa de hoy. El apremio de la formación ética de los alumnos.

Se percibe en el ámbito de la educación la ansiosa compulsión de tener que estar en continuo cambio, de tener que ir a la zaga de la última -¡ultimísima!- novedad.



En realidad, no es nada distinto de lo que le ocurre a la sociedad en general. Cuando todo y todos se mueven tan aceleradamente, a muchos les da miedo no echarse a correr también.

Es el temor -quizás comprensible temor- de volverse obsoleto, de quedarse pasado de moda. O como en una ocasión una madre me dijo, temor a dejar de ser "cool".


Por eso, con frecuencia en la sociedad -también en el mundo educativo- se prefiere el movimiento, el incesante movimiento, aunque no se tengan indicios suficientes de que éste lleve en la buena dirección.


Como dice Manuel Castells, no estamos en una "época de cambios", sino en un "cambio de época".

De ahí que en educación -en general, en todo- la clave no radique tanto en "estar a la última" para no ser expulsado ¡por obsoleto! del mercado (la educación, ¡también se ha vuelto mercado!), cuanto en saber distinguir entre "adónde se va" y "adónde hay que ir".

Saber distinguir entre "adónde se va" y "adónde hay que ir". La diferencia estriba en moverse o por modas o por principios.

En el mundo de la educación hoy se habla mucho de muchas cosas:
  • de la competencia digital, de la realidad virtual y aumentada, de la gamificación de la enseñanza,
  • del aprendizaje cooperativo y del aprendizaje basado en el pensamiento,
  • de la aportación de la neurociencia al proceso de enseñanza,
  • del aprendizaje por proyectos,
  • de la supresión en los currículos de las asignaturas convencionales,
  • de la creación de grupos de alumnos no por edades sino por otras afinidades,
  • del trazado de procesos de maduración,
  • del "coaching" educativo como herramienta de gestión de la motivación y del liderazgo,
  • del nuevo paradigma de enseñanza y aprendizaje devenido de la aceptación de la “pantalla” como fuente natural de la información y del nuevo perfil de maestro que esto conlleva,
  • del nuevo diseño arquitectónico de los espacios escolares,
  • de la mercadotecnia, de la comunicación y la presencias en las RRSS, de la imagen corporativa, del valor intangible y añadido, de la planificación estratégica...


Y, sin embargo, poco se dice, poco se escribe, de la apremiante necesidad de incorporar a esta “selva” de nuevas pedagogías y tecnologías y metodologías, una sólida educación ética para los alumnos, la cual en la actualidad solo a una minoría se nos antoja más urgente y a la vez más difícil que antes.



Hace unos días en una conferencia sobre el futuro de la educación (Inspirando el cambio, era título) le oí al profesor Fernando Reimers, de la Universidad de Harvard, que los alumnos de hoy necesitarán una fuerte “quilla ética” para navegar por el mañana.


Hacia unas playas que todavía no han sido plantadas en el horizonte. Una vez puestas en él, se podrán descubrir.

Quizás lo más inquietante que el futuro va a deparar a nuestros hijos sea el descubrimiento de unas novísimas regiones de vida y de cultura, de tecnología y de ciencia, en las que lo "bueno” y lo “malo” estará por discernir.

Por ejemplo, la fusión de la inteligencia artificial y la ingeniería genética para la creación de cyborg (acrónimo inglés: cyber y organism: organismo cibernético).

Por ejemplo, la fusión de la biología sintética y la medicina regenerativa para la creación de organismos biológicamente programables…



En 2012 Google fundó Calico, un proyecto científico y empresarial empeñado en que el hombre -a costa de luchar contra la vejez- alcance a ser amortal (que no inmortal)...

Y si esto suena demasiado "imaginativo", considérese que en la comunidad científica existe el convencimiento mayoritario de que ya ha nacido el primer humano que vivirá ciento cincuenta años.

No todo lo nuevo es bueno. Ni tampoco, malo. Nuestros hijos habrán de ser personas de gran fundamento ético para trazar la linde entre lo uno y lo otro.

Desde 2004 el virtuoso pianista Nehil Harbisson tiene una antena implantada en su cerebro. Es el primer hombre reconocido como cyborg por un gobierno.

La antena le permite oír las frecuencias del espectro de luz incluyendo colores invisibles como infrarrojos y ultra violetas. Prótesis nanoelectrónicas para el cerebro. Otra singularidad humana, como dice Raymond Kurzweil, está cerca.


Seguramente, nuestros hijos van a asistir a ese momento en el que la evolución de la especie humana ya no será “ciega” en su destino, sino consecuencia de las elecciones que el propio hombre tome acerca del porvenir de sí mismo.

Para esto, para poderse enrumbar en una vida así, la ética les será indispensable. Aquellos que posean un inteligente sentido ético pertenecerán a esa minoría selecta capaz de seguir humanizando el futuro ser humano.


Por eso, recupero este artículo -de hace dos años- sobre la apremiante necesidad de que nuestros hijos reciban una consistente formación ética.

En la actualidad, la excelencia educativa no puede estar ajena a las nuevas tecnologías ni a las nuevas pedagogías ni a las nuevas ciencias del cerebro… Ni tampoco a la “nueva” ética, la cual probablemente deba de ser buscada más en los parámetros de lo “originario” que de lo “inédito”.


Mis alumnos ¡como Antígona!

La urgencia, y la importancia, de la educación ética de los niños


Sí. Es un niño muerto. Su nombre era Aylan Kurdi y tenía tres años. Una instantánea -tomada en septiembre de 2015 en una playa de Turquía- lo hizo célebre. Cínica y tardíamente célebre.


Estremecedora imagen, traída aquí no tanto para conmover el corazón cuanto para espolear la razón.

No fue víctima de un irreparable descuido vacacional a la hora del baño. Sino de una guerra que entonces (2015) duraba cuatro años y en la que antes que él habían muerto decenas de miles de personas, incluidos cientos de niños no "fotografiados", y en la que otras muchas, hasta sumar alrededor de tres millones, habían huido a los países vecinos buscando refugio.

Muchos de ellos siguen a las puertas de Europa, demandando asilo urgente. Las demás víctimas no fueron oportunamente "fotografiadas". La imagen habla sola:
¿Cuánto vale una vida humana? ¿Y si es la de un niño? ¿Cuántas lágrimas merece la muerte de una persona? ¿Y si es la de un niño?
No en todo el planeta estas preguntas tienen las mismas o siquiera parecidas respuestas. El asunto crucial de cuál es el valor de una vida humana parece quedar seriamente afectado por una suerte de "volatilidad geográfica".
Según dónde y en qué sociedad, el valor de la vida humana es mayor o menor, es uno u otro.

¿Cuánto vale una vida humana? 

Por eso, que una vida vale infinito es algo que hay forzosamente que enseñar a los niños. Algo que éstos ineludiblemente han de aprender.

Pues no parece que el mero instinto, desasistido de la razón, sea suficiente para que esta estimación de la vida se erija, por igual y sin regateo, en el más principal de cuantos principios inspiran los usos y las costumbres, y fundamentan los legados morales y las articulaciones legislativas, de las sociedades.


En la sociedad digital y postindustrial, la productividad depende del conocimiento que un país es capaz de generar. En un cambio de época como el actual, el conocimiento de los otros cambios de época a los que la humanidad se ha enfrentado en su milenaria historia, da a las sociedades de hoy la escala para medir con precisión el alcance, el recorrido, la dirección, de la incesante sucesión de cambios que nos tiene entre perplejos y asustados. Ni lo uno (generar conocimiento) ni lo otro (discernir el valor del presente) es posible sin una educación que apueste al cien por cien por las STEM´s y al cien por cien por las Humanidades.

De cara al futuro, en nada confío tanto como en la fuerza benéficamente transformadora de la educación. Mas no, claro está, en la de cualquier educación, sino solo en aquella que:

Capacite a los niños de hoy para vivir mañana, no tanto en una sociedad o una cultura concreta (como hasta ahora, desde que el hombre, allá por el neolítico, se hiciera sedentario, ha solido ser la costumbre) cuanto en una "aldea global" en la que, desandando la historia, los individuos se habrán de hacer nuevamente "nómadas"...


Una educación excelente ha de tener una "mirada bizca". Con un ojo, mirar al inmediato presente del alumno. Y con el otro, al mediato futuro del alumno. Así la felicidad actual del niño tiene más garantías de continuidad en el inhipotecable mañana.

Y esto no sólo en atención a la obligada deslocalización geográfica en la que sus vidas previsiblemente habrá de transcurrir, sino también, y sobre todo, en atención:
A la obligada itinerancia cultural y tecnológica en la que, sin descanso, nuestros hijos habrán de vivir, cabalgando a lomos del desbocado caballo de la innovación y de la consecuente obsolescencia no sólo de los "juguetes tecnológicos", sino además de las "ideas".
Juguetes rotos. Es una metáfora. ¿Vidas rotas? ¿Vidas sin "vida"? Personas con esperanza de vida superiores al siglo. La ancianidad -ese final caduco y arrugado, que llamó Séneca- cada vez tardará más llegar. ¿Cuántas vidas entonces cabrán en una vida ¿Cuántas veces una persona habrá de reinventar su biografía para llenar su vida de un "quéhacer" satisfactorio?

Para ello, descontado ya el multilingüismo, los niños de hoy deben de estar recibiendo una educación que, sobre todo, les enseñe:

Primero, a pensar y a innovar mucho más que a almacenar cantidades ingentes de información, mucha de la cual rápidamente se quedará anticuada.


Lo difícil no es volar sin tener alas, sino darse cuenta de que hay otra pecera adonde ir. Y tener la motivación y la seguridad para asumir el riesgo que supone cambiar.

Lo contrario, para estos primerizos ciudadanos del "tercer entorno", también llamado “entorno digital”, es cosa absurda.
El cambio se ha hecho normal en la dinámica de las sociedades, y a él deberán estar acostumbrados, para no ser devorados por él.

Segundo, a tener una "dimensión interior": a albergar dentro de ellos un "espacio" o un "ámbito" a donde poder "huir" de la ininterrumpida "alteración digital" en la que, por el inevitable hecho de estar en "perpetua conexión", corren el riesgo de vivir.



De lo contrario, serán personas incapaces de "ensimismarse", de "reflexionar", de volverse sobre sí mismas y en consecuencia de asomarse "afuera" y contemplar su "tiempo" con una mirada propia, crítica, enraizada en lo originario, y no de boba fascinación y complicidad.

Tercero, a hacer las oportunas estimaciones éticas de cuantos avatares arriben a sus vidas. Sé que reivindicar esto último a muchos les puede parecer algo "casposo" y "trasnochado".



Mas a quien opine que hoy en día no hay especial apremio en hacer de la enseñanza de la condición ética del hombre una cuestión pedagógica de máximo rango, le respondo que que se equivoca y que desconoce

una parte importante de lo más hondo que contemporáneamente viene sucediéndole a las sociedades occidentales,
y también la índole del mañana que a los niños de hoy se les avecina como una envidiable promesa, como una formidable oportunidad.


En la historia de las sociedades y de las culturas, según las épocas, los asuntos más graves adquieren notoriedad o bien por su abrumadora presencia o bien por su agresiva ausencia, que es lo que precisamente ocurre ahora con el asunto de la ética, el cual es algo así como el llamativo hueco que en un mosaico produce la falta de una tesela "extraviada".


Antígona a Creonte: “No creo que tus decretos tengan tanta fuerza como para permitir al hombre ignorar las leyes no escritas, inmutables, de los dioses".

Antígona, el trágico personaje de Sófocles, fue aquella mujer que se enfrentó al orden establecido, a la ley del rey, para obrar según la inclinación de sus principios.

Lo dictaminado por Creonte sobre el enterramiento de Polinices, el hermano de Antígona, quizás fuese legal, mas también, seguramente, fuese injusto.

La grandeza moral de Antígona radica en su "atrevimiento" ético: obró según la inclinación de sus principios, aun pagando el alto precio de sufrir las consecuencia de su enfrentamiento a la ley, al poder establecido.

En no poca medida, la educación que a nuestros hijos y a nuestros alumnos les hemos de procurar es aquella que, ocupándose del asunto ético, los dote de la entereza moral de Antígona.


Para ello les será indispensable disponer de unos principios máximamente regulativos, o de su hambre, con arreglo a los cuales conducir sus vidas y más específicamente hacer la estimación ética de muchas cuestiones que, antes que ellos, no eran buenas o malas, sino sencillamente, inimaginables.


Nuestros hijos serán los primeros que habrán de hacer -como Einstein en su día de la bomba atómica: es famosa su correspondencia con Roosevelt- la estimación ética de avances científicos, de aplicaciones tecnológicas y de situaciones sociales, hasta entonces inéditos.

Habida cuenta de cuáles son algunas de las creencias éticas más infiltradas en la "conciencia" de este mundo naciente, el patronazgo de Antígona les vendrá muy bien, en especial, cuando llegue el caso en que, en razón de sus propios principios, crean que deban ir contra la corriente dominante de su tiempo.


No hay que tener miedo a ser distinto, sino a ser -más bien- como todos. Y a creer y a pensar lo que todos porque uno ha renunciado a  ser "estudiante", "estudiante" de lo que de veras es la Vida y de lo que de veras uno siente necesidad. Fingir por "succión" social que uno cree, piensa y necesita lo que de veras ni cree ni piensa ni necesita, es ser un enorme "bárbaro", aunque a su alrededor haya mucho progreso.

En lo que a la educación ética de estos niños respecta, hay interrogantes que deben quedárseles alojados en algunas circunvoluciones de su cerebro, en donde no puedan nunca fácilmente ser sepultadas en las fosas del olvido o de la irrelevancia vital.

Algunas preguntas no buscan en nosotros respuestas, sino solo "asilo intelectual" de por vida.
Así, a propósito de la "oportuna" fotografía "del niño de la playa", me preguntaba casi al inicio de esta reflexión: ¿cuánto vale una vida? ¿cuántas lágrimas merece una muerte? ¿y si es la de un niño? ¿y si este niño es un refugiado que huye de guerra que asola a su país? Las retomo y además les añado dos más:




La primera: ¿De qué depende la valía de una vida? ¿de una "fotografía"? Esto es, el valor de una vida ¿es una especie de "adenda", una clase de "cualidad", una suerte de "cariz", que le otorgan los otros cuando tienen "noticia" de ella? ¿cuando le tienen afecto, de modo que aquella vida a la que hay más personas apegadas vale más que otra que padece el desafecto o el anonimato? ¿qué ocurre entonces con la vida de aquellos a los que nunca eligió nadie? ¿acaso son vidas menos valiosas?

En resumidas cuentas, el valor de una vida ¿lo dictamina una "tasación" hecha en función de lo "deseable", "apetecible" y "amable" que esa vida parece a los demás, quizás a la mayoría?


El hombre es la medida de todas las cosas. Él es el canon para medir el Mundo

Nuestros hijos habitarán en un mundo en el que la cosas, más que ahora, no tendrán otra consistencia ni otra razón de ser que la derivada del "principio utilidad".

¿También las personas? Nuestros hijos asistirán al momento en el que el clásico aforismo el hombre es la medida de todas las cosas habrá consumado su drástica metamorfosis en el pragmático dictamen la utilidad es la medida de todas las cosas: de la verdad, de la bondad y de la vida misma.



La segunda: ¿Todo lo realizable es siempre ético? ¿La acción humana no tiene más restricción que la sola imposibilidad fáctica?
Más en concreto, ¿todo lo que científica y tecnológicamente vaya siendo posible se deberá, de manera indubitada, ejecutar, llevar a cabo?


Cuando hoy se lee a Ray Kurzweil, a Bill Maris, a Peter Thiel, a De Grey... No sabe uno si ellos no serán el Pico della Mirandola, el Galileo Galilei y el Charles Darwing de nuestro tiempo. 

Dije antes que nuestros hijos serán los primeros que habrán de hacer la estimación ética de avances científicos -de sus correspondientes aplicaciones tecnológicas y de sus consecuencias sociales- hasta entonces desconocidos.


En sus manos tendrán un impresionante poder para intervenir en los procesos fundamentales de la vida y un sinfín de instrumentos para crear nuevos proyectos, nuevos estilos de vida. Habrá que dilucidar si todos igualmente humanizadores.

Arriba señalé cuestiones tan extremas como las del cyborg y la biología sintética. Pero hay otras mucho más cercanas y familiares, y éticamente no menos polémicas:




Nunca antes el "manejo" de las sociedades fue tan fácil como lo es hoy y lo será aún más mañana.
Entre la información procedente del “Internet de las cosas” y del “Internet de las personas”, apenas si hay diferencia alguna.
Toda va a parar a las nubes de big data en las que "se" sabe más de cada uno de nosotros que nunca antes se ha sabido de nadie. El reto ético es formidable.
Paradójicamente, cuando más "democratizado" está el acceso a la información y más universal es el acceso a la educación, más vulnerable es el hombre al riesgo de su mercantil cosificación.
A la de tres, una red social logra que el mundo entero se preocupe de lo mismo y piense casi lo mismo y configure su percepción del Mundo en base a trending topic y a transmisiones virales.

***

Quizás la educación ética de los niños deba principiar causando emociones, hiriendo sensibilidades. Mas es claro no es ahí en donde debe acabar.


Tanto hay que despertar en ellos la "mirada sentiente", para que el "naufragio" ajeno les cause conmoción, como la "razón sentiente", para que esta conmoción no se quede en transitoria sensiblería, fútil "buenismo", sino para que madure en empatía, la cual no es auténtica, sino solo barata bisutería moral, a no ser que esté preñada de vigor ético y de ímpetu utópico.




No basta sentir pena, por ejemplo, ante la fotografía del cadáver de Aylan Kurdi. Además, hay que tener principios, y no cualquieras.
Para ello hay que
Apelar a la "razón sentiente", porque la ética no es un estado de ánimo, el que deviene de la "mirada sentiente", sino la razonada opción de una voluntad que ha elegido dejarse inspirar por unos determinados principios, y no por otros.
Y también hay que instar a la costosa conquista (como la de los pólders a los embravecidos mares del norte) de una "vida interior", de un "ámbito de subjetividad".

3 comentarios:

  1. ¿Como se hace para enseñar y transmitir ETICA cuando en las acciones de todos los dias no se pone en practica, desde las cosas mas triviales hasta las mas importantes?

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    1. Solo conozco una forma: intentando en cada instante aplicar la ética a las acciones más triviales y repetidas. Fallaré muchas veces, quizá la mayoría, pero nunca dejaré de intentarlo

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  2. Si a los adultos la foto de la muerte de un niño huyendo de la guerra nos provoca impotencia, si nuestra indignacion no llega para conseguir que cambien las politicas de ayuda migratoria, que cantidad de impotencia pueden sentir nuestras hijas e hijos? El dia a dia nos plantea desde pequeñas preguntas :que es compartir, que es la muerte, quien es Dios, cuantos hay,existe? Que hacer ante el acoso, el insulto y otro tipo de agresiones, cuuanto tiempo dedico a hacer lo que realmente me interesa, y la historia del mundo, la antigua y la nueva. El sexo y el amor. Las diferencias y su reconocimiento.Las cada vez mas creciente desigualdad socioeconomica. La desconexion con la naturaleza y sus ciclos.
    Si, estamos en la era tecnologica y hay que reflexionar sobre ello, sin obviar que el presente nos esta planteando cuestiones que necesitan su tiempo y atencion y como.sociedad ,como comunidad son prioridad.

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