Sobreproteger a nuestros hijos es
malo, educativamente inconveniente. Sin embargo, los padres a menudo lo
hacemos. Unas veces porque los hijos son
caprichosos, tanto como aquella flor que pidió al Principito que la protegiera ¡hasta del aire! primero con un biombo
y luego con una campana de cristal. Otras veces porque los padres apresuradamente
nos adelantamos a ofrecer tales “biombos” y "campanas de cristal" a los
hijos, les hagan o no falta.
Así les acabamos creando una incipiente debilidad en donde
antes, casi siempre, había entereza e ingenio resolutivo suficientes para
solventar sus problemas, si bien a la espera de un oportuno estímulo que los
avivara.
Sea como fuere -bien a demanda de
los hijos; bien a instancia de los padres- lo cierto es
que los alumnos en ocasiones crecen no con una saludable y precisa protección que
indiscutiblemente les ayuda a sentirse seguros de sí mismos y saberse capaces de
afrontar los retos y las dificultades del día a día; sino con una indebida e inconvenientemente sobreprotección que
suele hacer que en su quehacer doméstico y escolar se comporten faltos de
asertividad y de autonomía personal.
Si El Principito decía de los mayores
que lo confunden y lo mezclan todo… De los padres quizás se
pueda decir que, sin quererlo y sin darse cuenta, al menos en determinadas
circunstancias, confundimos y mezclamos:
La indispensable protección de los
hijos (que a la larga deviene en resiliencia personal y en optimismo vital) con
la poco deseable sobreprotección (que los hace individuos inseguros y excesivamente
dependientes de sus padres y de los adultos que en el colegio desempeñan sus
veces).
En los padres, más poderoso que el
propio instinto de conservación, es el de protección de los hijos. Nada duele
tanto como un hijo. Y nada alerta y tensa tanto a los padres, nada nos enerva
tanto la amígdala del cerebro, como ver o prever, como sentir o presentir, que a
los hijos les acecha algún tipo de peligro o de sombra de peligro.
De ese "temor", de ese "pellizco",
suele nacer este equívoco entre protección y sobreprotección, que puede inducir
a los padres a pensar que todos los "peligros" posibles o reales en
la vida de nuestros hijos son igualmente amenazantes.
Cuando esta confusión entre protección y sobreprotección afecta a ese ímpetu (biótico, instintivo, afectivo, ético, existencial) que determina a los padres a querer con inquebrantable voluntad que los hijos tengan más y más vida; que desde pequeños estén encaminados a la excelencia, que no es solo el logro de un buen expediente académico, sino el ambicioso propósito de que cada persona llegue a ser la mejor versión posible de sí en todas las dimensiones (afectiva, ética, intelectual, profesional, social...) de su poliédrica persona…
Cuando esta confusión entre protección y sobreprotección, decía arriba, afecta
a ese irrefrenable ímpetu que mueve a los padres, entonces lejos de conseguir que nuestros
hijos sean esas personas cada vez más capaces de enfrentarse a la vida por sí
mismos, se logra justo lo contrario:
Que necesiten más
de lo debido la "ortopedia", la "prótesis", el
"bastón", la "muleta", el "andador", el
"asidero"… hoy de los padres y de los educadores, y mañana, siendo ya
adultos, de los demás, con los que quizás tiendan a medirse y a relacionarse asimétricamente,
a causa de su inseguridad.
Puestos a comparar con imágenes, más que la "ortopedia" de los hijos, los padres debemos ser el "suelo
firmísimo" en donde sus raíces se hundan profundamente, y en donde encuentren los "nutrientes" para crecer como personas sanas y fuertes.
Nuestros hijos tienen que
sentirse (¡no solo saberse!) incondicionalmente queridos por sus padres. Así, una
vez establecido este "suelo firmísimo", el de la seguridad sabida y
sentida de sus padres (y de sus educadores), los niños crecerán por lo general sin demanda de "biombos" y de "campanas
de cristal".
Este "suelo firmísimo"
(que es la incondicionalidad de los padres) sirve para que nuestros hijos echen
raíces en la vida y así se yergan enhiestos buscando la luz del sol, y entrelacen
sus ramas con las de otros árboles, aunque sin confundirse con ellos en
un boscoso anonimato.
En cambio, este "suelo firmísimo"
no debe servir para que nuestros hijos crezcan
como cultivados en un "invernadero", respirando la atmósfera artificial de
los plásticos...
Por ejemplo, la vida en el
Colegio, aunque no deja de ser una vida confeccionada a la medida justa de su
edad, no debe desarrollarse en la ausencia total de "problemas". Sería una ficción. A los
niños les viene bien la dificultad, si es administrada en la dosis adecuada, para madurar.
Escribía John Dewey que la vida es resolver problemas, unos tras
otros, hasta llegar a la conciencia del "problema", que es la vida.
Los padres hacemos bien
estando al tanto de los problemas escolares de los hijos. Por el contrario, hacemos
mal cuando desde casa o bien les ponemos
a los hijos la protección de los "biombos" y de las "campanas de
cristal" para que en el colegio ni el aire los roce; o bien les pedimos a sus
educadores que se los pongan ellos.
En un colegio que se precie, los
alumnos no solo "amueblan" sus cabezas, sino que, mucho más, en continuidad
a lo pretendido y realizado en casa, también se hacen
personas. Son los "otros aprendizajes". Esos aprendizajes que se dan durante la clase o durante el cambio
de clase, mientras la estancia en el aula o mientras juegan en el recreo...
Igual que un padre no puede
sustituir a su hijo en el aprendizaje de la ortografía o de la aritmética o de
la lectura o de la escritura, sino solo motivarlo, entusiasmarlo y acompañarlo,
tampoco un padre debe sustituirlo en los "otros aprendizajes" que tienen lugar
en el colegio.
Una discusión entre compañeros a cuenta de un juego, un
empujón en el patio a cuenta de un balón, un mal gesto de insolidaridad
académica a cuenta de un trabajo de grupo... Ninguno es solucionable por guasap
entre adultos.
Nos equivocamos dándoles las soluciones. Acertamos dándoles las herramientas. Nos equivocamos reemplazándolos en sus aprendizajes. Acertamos "pastoreando" (heideggerianamente) sus experiencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario