domingo, 25 de enero de 2015

El "lector perezoso". Más "homo videns" que "homo sapiens". El problema de la lectura (y 2)


El otro día castigué a mi hijo sin tablet, sin ordenador, sin móvil, sin televisión... Y le dije: "Ahora, si te aburres, te pones a leer". Al rato, vino muy apenado pidiéndome, por favor, "algo eléctrico con pantalla que se pudiera encender y sirviera para jugar". ¿Le pasa solo a él o también a otros niños? Se aburre leyendo ¿Por qué? ¿Qué hago? ¿Lo obligo a estar delante de un libro, aunque no quiera? Me preocupa el día de mañana, cuando en los cursos superiores de veras tenga que sentarse a estudiar.



Es recurrente decir que el hombre de hoy, el alumno de hoy, vive en eso que Gilbert Cohen-Séat a principio de los años sesenta del pasado siglo veinte, denominó “iconosfera” para referirse al entorno de imágenes surgido del invento del cine y de sus formas asociadas y derivadas, especialmente la televisión... 

También es recurrente decir que el desarrollo tecnológico de los últimos lustros ha densificado esta “iconosfera” hasta el extremo de que hay autores que afirman que el mundo, la sociedad, del hombre de hoy, del alumno de hoy, es el “mundo pantalla”.



Se trata de un mundo en el que la preponderancia del lenguaje audiovisual es tan grande que más que sapiens -laborioso producto de la cultura escrita: la imagen ha destronado a la palabra escrita- el de hoy es homo videns -ultimísimo ejemplar de ser humano para el que vivir es “tele-ver” una pantalla, “asistir” a la múltiple emisión de múltiples "cyberpantallas".



Lo que cáusticamente en su día Giovanni Sartori llamó “vídeo-niño”, para referirse a esos niños y adolescentes que estaban creciendo ante el televisor, el cual era su principal paideía (escuela)...



... Quizás hoy los podamos llamar “niño-pantalla” o "niño-cyberpantalla", para referirnos a nuestros propios hijos y alumnos, que están creciendo, ante una todopoderosa pantalla conectada a la Red, en la creencia de que todo es visualizable e icónicamente reducible.


Lo audiovisual ha proliferado tanto, en detrimento de la palabra escrita y leída, que la imagen, últimamente en versión digital, se nos ha llegado a hacer “cultura”, "cybercultura", es decir, en ella somos, nos movemos y existimos


Esta inflación audiovisual -propia del mundo digital en cuyo seno los más pequeños están naciendo y fuera del cual es imprevisible que alguna vez vayan a poder vivir; un mundo al cual los adultos que todavía nacimos en la Galaxia Gutenberg hemos sido trasplantados- está provocando no solo el crecimiento de hábitos de ocio alternativos como los videojuegos, Internet… Sino también un novedoso cambio en: a) la “naturaleza” (siempre inquieta) del hombre (para el que vivir, se apuntó antes, es “tele-ver” y “estar conectado”), así como en b) algunos de sus hábitos cognitivos.


De estos últimos los neurólogos llevan algún tiempo ocupándose, una vez que se ha comprobado que no solo hay diferencias morfológicas entre el cerebro que es o no lector, sino también entre el que es o no videns y “cyberpantalla”.


Quien vive habitualmente asomado a una pantalla y gustosamente sometido al trepidante tráfago de imágenes que en ella tiene lugar, se acostumbra a un umbral de atención y de concentración a menudo deficitario para luego permanecer asomado a un libro, da igual que sea o no de papel.


Surge así, dicen algunos autores, la inédita figura escolar del llamado “lector perezoso”, al que le ocurre que la lectura le supone un desmedido esfuerzo intelectual, aún mayor cuando por edad todavía no ha sobrepasado holgadamente ese umbral de madurez lectora más allá del cual leer, en efecto, es “leer”: es comprender.


Este “lector perezoso” es capaz de descifrar las partes integrantes de un texto, pero no de “leer”; es capaz de memorizar, pero no de comprender, ni tampoco de estudiar inteligentemente.


Esto es la causa del empiece de un círculo vicioso en el se produce el abandono progresivo de la lectura como consecuencia de un menor entrenamiento lector (hay modos alternativos de ocio y de juego, siempre alrededor de la "pantalla", ante los que la palabra escrita y leída poco puede competir) que redunda en un aumento de la dificultad comprensiva, la cual a su vez causa una actitud negativa hacia la lectura y contribuye al abandono de la misma...


Hasta aquí el análisis, someramente expuesto. Pero, ¿Qué hacer? El problema es complejo y la solución, seguramente difícil. Que la imagen -en su versión digital- se nos haya hecho "cultura" es uno de los “temas” de nuestro tiempo; mejor, del tiempo nuestros hijos. Ante esto la disyuntiva es clara. O se vive en el "paisaje" que hay o... se vive ¡en ninguna parte!




No vale, cuando el "paisaje" no gusta, el inoperante lamento, por desgracia identificable a veces en ciertos sectores educativos: La "culpa" de lo que ocurre en las aulas con la lectura -dígase, la irrumpción del "lector perezoso"- no es de nosotros, los docentes... Es obvio que sus causas están fuera de los colegios, en la sociedad, en las familias... ¿Qué podemos hacer nosotros si el alumno está todo el día "enganchado" a una "maquinita"?


Mas tampoco vale, aunque el "paisaje" también disguste, la bravía (y suicida) rebelión No es cuestión de cargar a lo Don Quijote contra los molinos de viento de la "iconosfera", de la "pantalla" y de la "cyberpantalla", porque todo ello es parte esencial del tiempo en el que nuestros hijos crecen y se educan…


La "edad multimedia" y la "era digital" son un fenómeno cultural tan imparable como, en último término, útil, muy útil, a no ser que, como advirtiera Giovanni Sartori, haga desembocar a la sociedad, ¡a nuestros hijos!, a una "vida inútil", al estilo propio de un trivial y pasivo espectador que, banalmente acomodado en el post-pensiero, no hace sino “matar el tiempo”, malgastarlo, distraído como está en el "tele-ver" y en el “estar conectado”, que son su "tele-vivir" y su “ciber-vivir”.


Por último, ante este "paisaje", aunque sí guste, tampoco vale la ingenua y facilona disposición a introducir la "pantalla" en la escuela, arrastrados quizás por el imparable tsunami tecnológico que impera en todos los ámbitos de la sociedad actual, sin calcular antes algunas de sus más extremas consecuencias.


Porque con esta actitud no solo se facilita el uso escolar de la "pantalla" -que es algo, sin duda, útil, didácticamente muy útil-, sino también los excesos que, de tapadillo, este empleo, si no está suficientemente cribado, puede comportar:

Uno, la creencia de que todo, independientemente de su potencial grado de abstracción y de complejidad lógico verbal y formal, es "visualizable" y por tanto subsumible en la imagen.


Dos, el riesgo de que la enorme capacitación cognitiva que la palabra escrita y leída propicia al ser humano que expertamente se ejercita en ella, se desvanezca acostumbrado solo el tráfago audiovisual de la "cyberpantalla".


Tres, la "rendición" no del papel ante la "pantalla" -en este caso el soporte es lo de menos-, sino de la palabra escrita y leída ante el omnímodo imperio de la (cyber)imagen.


 Cuando este "paisaje" suscita, pese a sus evidentes ventajas y utilidades, algunas prevenciones, lo que si vale es que padres y educadores -emulando la argucia de los griegos para conseguir la rendición de Troya- seamos inteligentemente críticos y febril hacendosos con él.


Y así, por ejemplo, desde el ámbito escolar, que es el que aquí nos compete, procede que se acometa una seria reconsideración del proceso de iniciación a la lectura instalado en la escuela cuando el mundo todavía no era “pantalla” ni "cyberpantalla", sino mundo Gutenberg.

A sabiendas de que, de cara al porvenir de nuestros hijos, lo que peligra no es su gusto por el papel, sino la adquisición de las tan apreciables consecuencias cognitivas que de la palabra escrita y leída se derivan.

Próxima entrega

1 comentario:

  1. Estimado profesor Armenteros me han parecido muy acertadas sus reflexiones. Efectivamente se hace necesario abordar el proceso de iniciación a la lectura con modelos más actuales y eficaces, que tengan en cuenta que nuestros hijos son nativos digitales y la naturaleza multitarea de su lectura. Por otro lado, si hay algo que me gusta del proceso de iniciación a la lectura que se lleva a cabo en el Colegio Europa es que el leer no es una obligación, sino un placer. Desde la etapa Infantil y Primaria, en la que se encuentran mis hijas, ellas escogen sus lecturas y se divierten con ello. No son imposiciones, ni castigos; en la medida de lo posible, se les da poder de elección. Sabemos que el ver a su padre y su madre leer con constancia también ayuda en el proceso de fomento de la lectura. Cuando usted menciona al comienzo de su artículo la casuística, que se da, cuando los propios padres muestran el acto de leer como un castigo, creo que flaco favor hacemos los padres. Desde estas líneas le agradezco sus reflexiones.

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