martes, 17 de noviembre de 2015

¿La mejor manera de ayudar escolarmente a nuestros hijos?

En el fondo, a los padres casi siempre nos azoran las mismas dudas. Algunas de las que más frecuentemente oigo en las tutorías, sobre todo cuando hablo con los padres de los resultados académicos de sus hijos, son éstas:

¿Estaremos siendo demasiado exigentes con nuestro hijo? O al contrario, ¿nos estará faltando mano dura con él? ¿Nos tenemos que implicar más en casa para que haga sus tareas escolares? ¿O mejor lo dejamos solo? Si se "estrella", así aprenderá lo que es la vida… ¿Le hacemos bien a nuestro hijo estando tan pendientes de sus obligaciones? ¿Es bueno que habitualmente nos informemos de su vida escolar preguntando a otros padres? ¿Basta con lo que trabaja en clase? ¿o le pedimos que por las tardes haga algo más?...


Interrogantes como éstos me ponen de manifiesto: primero, lo muy interesados que los padres, en general, estamos en el progreso académico de nuestros hijos; segundo, nuestra habitual disposición a ayudarlos escolarmente, máxime si los resultados nos parecen deficientes o decepcionantes o preocupantes; y tercero, la frecuente dificultad que los padres experimentamos para dar con el término medio en asuntos tan críticos como el grado de exigencia y de autonomía que hemos de tener con nuestros hijos.


¿Implicación de los padres en la marcha escolar de nuestros hijos? Sí, por supuesto. De hecho, seguramente haya momentos en los que sea necesario que los padres les preguntemos las tablas de multiplicar, que les ayudemos a preparar un examen, que nos pongamos a su vera mientras recaban en Internet información para la elaboración de un proyecto, que los oigamos mientras leen en voz alta, que hagamos con ellos el esquema de las ideas de un texto...

Pero, además de esto, que siempre habrá de ser por nuestra parte una ayuda más o menos ocasional y pasajera, la principal contribución de los padres a la mejor marcha escolar de nuestros hijos es el esmerado seguimiento de la evolución de aquellas actitudes que, de tan básicas y tan fundamentales como son, intervienen siempre -de modo decisivo- en cuanto ellos emprenden y hacen, sea en la vida familiar, sea en la escolar. Velar por su rítmica maduración en tales actitudes es el mejor refuerzo escolar que podemos brindar a nuestros hijos.

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El niño se suele comportar ante el “pupitre” -aunque no siempre- como espontáneamente se suele comportar en el resto de los escenarios de su vida. Más aún, el niño suele esperar que en el colegio se comporten con él de la misma manera que lo hacen fuera, sobre todo aquellas personas que afectivamente son más relevantes para él. Así, por ejemplo, cabría preguntarse:

Si el alumno que en el aula no “se pone” a trabajar, sino que más bien “hay que ponerlo”, en casa no suele también “exigir” a sus padres que “le hagan” las cosas,  adoptando la misma actitud comodona y pasiva que en el colegio se le reconoce.

Si el alumno que en el colegio demanda una excesiva atención de sus educadores, sea porque a la hora de trabajar se muestra con escasa autonomía, sea porque a la hora de relacionarse con los compañeros en el aula y en el patio le falta asertividad, en casa no suele también solicitar a sus padres demasiada ayuda y si quizás esto es así porque los padres acostumbramos a ofrecérsela hasta llegar tal vez a un grado de sobreprotección que le entorpece el crecerse ante los normales contratiempos del día a día y el ganar en seguridad personal.

Si el alumno que deja desordenado su pupitre antes de salir al recreo, en casa no suele también dejar desordenado el cuarto de baño o el cuarto de juego…

Si el alumno que en el colegio tiene desordenado el casillero de su estantería o su pupitre o la mochila, en casa no tiene también desarreglado su armario, su mesa de estudio...

Si el alumno que regresa a casa sin el jersey o sin el abrigo porque los dejó olvidados en el patio mientras jugaba en el recreo, en casa no suele también dejarse olvidadas sus cosas en cualquier parte, a sabiendas de que algún adulto -en casa sí, ¡en el colegio no!- siempre se las lleva a su sitio y le ayuda a encontrarlas cuando las necesita...

Si el alumno que en el aula se levanta de su pupitre inopinadamente, para ir adonde su falta de concentración o su impulsividad le lleve, en casa no se suele levantar cada dos por tres de la mesa de su habitación o de la cocina o de la sala de estar, interrumpiendo sobre la marcha lo que estuviera haciendo solo o en familia…

Si el alumno que en el aula tiene que oír de su profesor varias veces la misma indicación para que se ponga a hacer su tarea, porque se distrae, porque su atención es intermitente y queda “atrapada” por cualquier estímulo que irrumpe a su alrededor, en casa sus padres no suelen también que tenerle que repetir varias veces la misma instrucción, sea apagar la luz o la televisión, sea poner la mesa para la cena, irse a la ducha o a la cama...

Si el alumno al que en el aula le cuesta respetar la autoridad del adulto, en casa no suele también tener el impulso de contestar a sus padres cuando éstos le contrarían sus deseos y sus antojos.

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No vale quejarme como padre de que mi hijo no trae el libro a casa en la víspera de un control cuando él tiene la seguridad de que yo siempre remedio sus olvidos, mejor sus irresponsabilidades, también las escolares, por ejemplo sacando de mi móvil unas fotografías de las páginas del tema que le preguntarán mañana.

Tampoco vale quejarme como padre de que mi hijo por las tardes deja “olvidada” su agenda escolar en el colegio cuando soy yo, y no él, quien se ocupa por las mañanas de guardársela en su mochila.

Más aún, de poco sirve que me enfade con mi hijo cuando no me enseña un ejercicio con una mala calificación que al día siguiente debe llevar a clase firmado por mí, si en otros momentos de su vida cotidiana, a propósito de otras responsabilidades, no le he hecho apreciar el valor de la sinceridad.

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Ciertamente, desde casa, y sin necesidad siquiera de “tocar” un libro de texto, los padres tenemos una enorme responsabilidad en la marcha escolar de nuestros hijos.

La autonomía personal, el sentido de la responsabilidad, la capacidad de esfuerzo y de superación, el ansia de lo mejor, el gusto por aprender, el orden y la disciplina… no son valores y actitudes que los padres sólo le podamos reclamar a nuestros hijos en el colegio, olvidándonos de las variantes extraescolares, sobre todo intrafamiliares, que el desarrollo de éstas actitudes tienen.

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