martes, 19 de abril de 2016

El "silencio" de las tablets (y 1) ¿Es verdad que el uso de las TIC hace más inteligentes a nuestros hijos?

Es llamativo el silencio que hay en las clases cuando los alumnos se ponen a trabajar con y en sus tablets. Las distracciones son mínimas y casi siempre justificadas: o por una caída de la conexión o por una expulsión del programa o por el agotamiento de la batería....

Mientras tienen una tablet en las manos, el tiempo que son capaces de estar en lo suyo, desentendidos de su alrededor, concentrados en su tarea, se multiplica por dos o por tres. No es el mismo esfuerzo el que los alumnos hacen para “meterse” en su tablets que en sus tradicionales libros y cuadernos de papel.



Este “embebecimiento” de los alumnos en las “pantallas” me intriga: ¿Cuánto del silencio obtenido con sus “pantallas” es intelectualmente provechoso para ellos?



La técnica tiene la capacidad de alterar la naturaleza tanto de la actividad en cuya ejecución ella relevantemente interviene, como la mentalidad de quien la usa (L. Mumford). En este tiempo la “pantalla” se ha convertido en nuestro familiar y complaciente apoyo.

La "pantalla" nos facilita y distrae la vida. Es nuestra constante compañera. La llevamos en el bolsillo, en el bolso, en el maletín. Es nuestro "lugar" de trabajo. Está por casa. Viaja con nosotros... No ha tardado mucho en convertírsenos una “prótesis” de la que ni sabemos ni queremos prescindir.


En la "pantalla" nuestros hijos y alumnos encuentran no sólo su preferido medio de distracción doméstica, sino también su herramienta de aprendizaje, sin duda, con más proyección de futuro.

A principios de este siglo, cuando la influencia de la “pantalla” en los niños, adolescentes y jóvenes, al menos en estas latitudes, todavía no era evidente para todos, M. Prensky nos lo advirtió anticipadamente en estos esclarecedores términos:

Los estudiantes del Siglo XXI han experimentado un cambio radical con respecto a sus inmediatos predecesores. No se trata sólo de las habituales diferencias… que siempre quedan patentes cuando se establece una analogía entre jóvenes de cualquier generación respecto a sus antecesores, sino que nos referimos a algo mucho más complejo, profundo y trascendental: se ha producido una discontinuidad importante que constituye toda una “singularidad”; una discontinuidad motivada, sin duda, por la veloz e ininterrumpida difusión de la tecnología digital, que aparece en las últimas décadas del Siglo XX.

Así, pues, parece inteligente estudiar cuál es el impacto de la “pantalla” en adultos y niños, en particular en estos últimos, que son los más expuestos a su impremeditada influencia. En adelante, el argumento en absoluto será que la digitalización de la sociedad y de la enseñanza es perjudicial. Entre otras razones, porque se trata de un proceso inevitable, imparable y además ¡deseable!

En lo que a la educación se refiere, la bondad de la digitalización dependerá no tanto de los alumnos cuanto de sus educadores. Es de estos la indeclinable responsabilidad de cerciorarse de la calidad de cada uno de los “silencios” que la “pantalla” proporciona a los niños y adolescentes en casa y en el aula, de modo que su empleo, lejos de inhibirles la capacidad de aprender y de adquirir experiencias hondamente significativas, les excite siempre la inteligencia.


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No me gusta que mis criaturas, las de carne y hueso y las tecnológicas, se junten” “En casa limito el uso de la tecnología a mis hijos”.

Fueron declaraciones de Steve Jobs, el mítico fundador de Apple, al New York Times, coincidiendo con el lanzamiento que su empresa acababa de hacer de una campaña para que los niños en los colegios sustituyeran el cuaderno de papel por el iPad.
Mis hijos nos acusan a mí y a mi mujer de ser unos ‘fascistas’ con los temas de la tecnología. Que ninguno de los padres de sus amigos ponen las reglas que nosotros le imponemos”.

Fueron palabras -dichas también al New York Times- de Chris Anderson, el editor jefe de Wired, la influyente revista tecnológica.
"La computadora no es más que una herramienta. El que sólo tiene un martillo piensa que todos los problemas son clavos… La pantalla perturba el aprendizaje. Disminuye las experiencias físicas y emocionales. Para aprender a escribir es importante poder efectuar grandes gestos. Las matemáticas pasan por la visualización del espacio".

No hace mucho Pierre Laurent, el que fuera programador para Microsoft más de una década, hizo saber a la opinión pública que los gurús de Google y de Apple en el arcádico Silicon Valley 
llevamos a nuestros hijos a colegios en los que no hay televisores ni ordenadores ni conexiones a Internet, y en los que el aprendizaje se procura siempre a partir de las experiencias físicas y emocionales”.
Según estas declaraciones, ni Steve Jobs ni Chris Anderson ni Pierre Laurent… quieren (o querían) que a sus hijos, con el uso de las “pantallas”, les pase lo que a la mayoría de los nuestros les ocurre, que hacen de ellas un uso poco más o menos incontrolado e incontrolable.
Parece que todos ellos decidieron “vallar el campo digital” a sus hijos, aunque esto les supusiera ir -en no poca medida- a contracorriente de sus deseos de adolescentes y también del estilo de vida que las poderosas compañías de estos grandes artífices del Nuevo Mundo Digital han suscitado en una parte muy importante de la sociedad occidental. En el fondo, como padre, me intriga: ¿cuál es el motivo de sus reservas? ¿cuál la razón de sus parentales prevenciones?

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"¿Por qué no minimizar al máximo el factor humano, por qué no tender a la máxima automatización posible?

Era la pregunta que en 2013 un popular reportero del Wall Street Journal se hacía a propósito de un “inverosímil” accidente que, por causas estrictamente humanas y en absoluto “mecánicas”, el automatizado Coche Google había sufrido en uno de sus viajes de prueba. En su retórico preguntar, el periodista provocativamente iba más allá:

¿Por qué no prescindir de los profesores en las escuelas públicas de Chicago y entregar a su casi medio millón de alumnos un iPad o una tableta Android?

Probablemente este periodista -especializado en cuestiones tecnológicas- nada supiera de que en una región del sur de Europa la autoridad educativa competente unos años antes había comenzado la entrega gratuita de un ordenador portátil a cada alumno que estuviera cursando Enseñanza Secundaria Obligatoria en los colegios públicos, en total unos cuatrocientos mil.


Y probablemente este periodista tampoco supiera nada de que casi una década después de haber iniciado tan ambicioso (y costoso) programa de aplicación de las TIC a las escuelas, la situación educativa de dicha región del sur de Europa no había experimentado ninguna “milagrosa” mejora achacable al empleo de esos ordenadores. Las tasas de fracaso y de abandono escolar, los indicadores de comprensión lectora y de resolución de problemas, se mantuvieron tan mal como estaban antes.

En definitiva, en el caso de esta región del sur de Europa las TIC no obraron la “magia” que de ellas se esperaba. La dificultad no era que cada alumno tuviera una “pantalla” sobre el pupitre, sino algo inteligente que hacer con tales “pantallas”.
La tan extendida creencia de que la técnica, por sí misma, hace a su usuario tan inteligente como inteligente es ella, se reveló, al menos en esta ocasión, escasa de fundamentos.
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Un Ortega y Gasset redivivo no dudaría en afirmar que la tecnología es el “tema” de nuestro tiempo. No uno de ellos. Sino el “tema”. Es cierto, “fuera” de la tecnología hay sencillamente ¡nada! La tecnología es un palco sobre la nada.

Si una suerte de Prometeo, pero del revés, más en favor de los dioses que de los hombres, le robara la tecnología al hombre de hoy, la sociedad se volvería inevitablemente “manca” de ambas manos y seguro que también “coja” de sus sendos pies. Fuera de la tecnología esta sociedad no sabría, no tiene, a dónde ir.


La técnica no cejado de progresar durante miles de años. Gracias a esto las circunstancias en las que el hombre ha desenvuelto su vida han ido mejorando ostensiblemente. La técnica le ha relevado al hombre de trabajos físicamente penosos, de tareas rutinariamente alienantes. Tomando la inspiración en palabras del filósofo inglés A. Whitehead, cabría decir algo así:
Cuanto más podamos relevar a nuestra inteligencia de tarea monótonas y rutinarias, y descargarlas en asistentes tecnológicos, más poder mental podremos destinar para las formas más profundas y creativas de razonamiento y especulación. Hasta ahora, el progreso tecnológico ha facilitado al hombre que pudiera asumir empeños cada vez más excitantes y más satisfactorios, propósitos humanamente cada vez más reconfortantes.

Leídas las advertencias de Steve Jobs, Chris Anderson, Pierre Laurent... y considerados además algunos indicios tomados directamente de la propia experiencia con los alumnos, tecnológicamente el reto estriba en que la sentencia de Whitehead continúe cumpliéndose y no sea solo un "hasta ahora", sino también un prometedor "en adelante".

O dicho de otra manera, el reto radica en asegurarse de que esta tecnología, nunca antes en la historia tan “smart” como ahora, está efectivamente “produciendo” individuos más “inteligentes” que nunca antes en la historia.

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Andrew McAfee sostiene que asistimos a la recién inaugurada “segunda era de las máquinas”. La primera comenzó con la invención de la máquina de vapor. Con ella nació el modo de producción industrial. El cometido de las máquinas siempre ha sido amplificar el poder físico del músculo humano, llegándolo a sustituir y permitiéndole una vida menos pesarosa.

En cambio, el cometido de la automatización informatizada y digitalizada, dice Andrew McAfee, es el de amplificar el poder intelectual del cerebro humano, llegándolo también, en no poco, a sustituir, que es el riesgo del que R. H. Macmillan alertó hace más de medio siglo.

Una cosa es que las máquinas de la “primera era” trabajen por nosotros y otra muy distinta que las de la “segunda era”, acaben pensando por nosotros. En tal caso, el silencio de la “pantalla” no estaría logrando individuos más inteligentes.

Por ejemplo, lo inteligente en el aula, no es que la “pantalla” facilonamente informe al alumno de cuánto es tres por cinco, sino que éste, asomado a la “pantalla”, aprenda a multiplicar más inteligentemente que asomado al papel. Ni lo es que el profesor se haga inadvertidamente cómplice de la "pantalla", colaborando con ella en la desmesura del lenguaje audiovisual a costa de la mengua del lenguaje escrito.



Se dijo arriba. Es un “mito” casi indubitablemente creído por el hombre de hoy que la tecnología, por sí sola, hace a sus usuarios tan inteligentes como “smart” ella es. Por ejemplo, Michael Jones, eminente prohombre de Google, en alguna ocasión ha venido a afirmar en público que
El empleo de las herramientas informáticas que Google pone a nuestra disposición tiene mucho que ver en el incremento de más de veinte puntos que el coeficiente intelectual del hombre occidental ha adquirido en el transcurso del siglo veinte.
En cambio, Amit Singhal, ingeniero jefe del departamento de los algoritmos de búsqueda de Google, ha llegado a reconocer en el The Observer que desde Google a medida que han conseguido que el buscador sea más y más “inteligente” están constatando un “adormecimiento” general de sus usuarios:
Cuanto más precisa es la máquina, más perezosas son las preguntas. No ha sucedido que los usuarios de Google, de tanto usarlo, nos hayamos vuelto más precisos en nuestros términos de búsqueda. En realidad, ha sido al revés”.
Solo pinta que haya una manera fácil y barata de lograr que la tecnología llegue no a muchos, sino ¡a todos! y de convertirse, como exitosamente lo está consiguiendo, en el nuevo “topos” desde el que casi universalmente el hombre de hoy vive y entiende su vida. Alan Eagle, un alto directivo de Google, en una entrevista reciente al New York Times admitió que Google, igual que el resto de las empresas del sector, produce una tecnología que
sea tan tontamente fácil de usar como sea posible”. Se trata de desarrollar una tecnología “cuyo uso requiera el menor esfuerzo y reflexión por parte del usuario”.

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Según Shaun Gallagher, si el hombre es capaz de adaptarse tan “fácilmente” al medio, incluso de adaptar el medio a él, se debe, entre otras razones, a que su cerebro, porque es "plástico", incorpora a sus procesos cognitivos las “herramientas” que el hombre usa de mejorar su encaje en el entorno, de manera que las acaba tratando -es cuestión de práctica- como si fueran una prolongación natural -¡no artificial!- de su organismo.


Por eso, el bastón o la raqueta o el peine o el cepillo de dientes o el lápiz o el coche o los zapatos o las gafas o las lentillas o el respirador de buceo o el ratón del ordenador o el touch de la pantalla del móvil o el nuevo sistema operativo que solo se le actualiza en su ordenador… más pronto que tarde dejan de causar al individuo que los maneja sensación alguna de extrañeza y de novedad.

La computadora no es más que una herramienta. El que sólo tiene un martillo piensa que todos los problemas son clavos. Son las intuitivas y muy elocuentes palabras,leídas qrriba, de Pierre Laurent. El ser humano tiene la natural tendencia hacia eso que Andy Clark llama “hibridación cognitiva”, es decir, la “mezcla” de la biología y de la tecnología.



Lo que espontáneamente sucede con la rudimentaria “técnica” del homo faber (el martillo, los zapatos o las tijeras...) también pasa, ¡y de qué manera!, con la sofisticada técnica del homo digitalis, pero yendo a extremos de mayor calado cognitivo (la inmediatez comunicativa y la recepción no lineal de la información, la velocidad del tráfico de datos y la dominancia del lenguaje audiovisual sobre el lectoescritor al que la “pantalla” tiene acostumbrado a su cerebro...).

En este sentido, uno de los riesgos de la digitalización, que habría que saber cómo neutralizar de cara a los niños y adolescentes, es que la “pantalla” les dé lo que les gusta y quieren a costa de lo que necesitan -aunque no lo quieran y no les guste- para ser más, y no menos, inteligentes que su inmediato antepasado, el “homo legens.

El humano es un individuo abierto, no solo socialmente, sino también biológicamente. La neuroplasticidad de su cerebro hace al hombre educable, esto es, susceptible tanto de mejorar como de empeorar. Eso sí, a expensas siempre del influjo de las circunstancias en las que vive.



La inteligencia del niño no es un “monolito”, sino un “aglomerado” de capacidades y de habilidades diversas que no siempre están en el hombre en razón de unas “medidas” fijas, sino susceptibles de cierta variación gracias a la real influencia de “la mano que piensa, la cual no actúa “desnuda”, sino “enguantada” en una técnica.

De ahí que el niño, dependiendo, entre otros factores, de cuál sea el calado cognitivo de la técnica (la "prótesis"), que su “mano” habitualmente usa, podrá ser más o menos “inteligente”. La técnica de hoy es la “pantalla”.

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Probablemente, esas declaraciones de Michael Jones (en las que éste vinculaba el incremento en más de veinte puntos del coeficiente intelectual del hombre occidental con el empleo cada vez más extendido de las herramientas informáticas facilitadas por Google) estén queriendo hacer una elusiva referencia al llamado “efecto Flynn”, que es el nombre que Herrnstein y Murray dieron al enorme incremento que el coeficiente intelectual, según las observaciones de J. R. Flynn primero en USA y después en más de una treintena de países diversos, experimentó a lo largo del siglo XX al pasar de una generación a otra.

De ser cierto lo que Michael Jones insinúa, el “mito” de que la tecnología, por sí sola, hace a sus usuarios tan inteligentes como ella es, no sería tal mito, sino un incontrovertible hecho. Mas no está del todo claro que esto sea así.

Primero, porque el incremento al que alude el “efecto Flynn” empezó a probarse al término de La Segunda Guerra Mundial, mucho antes de la irrupción de la era digital. Segundo, porque se apuntan indicios de que el “efecto Flynn”, desde hace tres o cuatro lustros, comienza a remitir, coincidiendo precisamente con el surgimiento y la expansión digital.



Según datos que maneja N. Carr, las mediciones del coeficiente intelectual de las actuales generaciones -que o ya son nativos digitales o ya están fuertemente impactados por el mundo digital- señalan que bajan los índices de memorización, de vocabulario, de cultura general y de aritmética básica; no así los de capacidad espacial ni los de identificación de similitudes entre objetos ni los de ordenamiento de figuras geométricas según series lógicas, que se mantienen.

En Europa los primeros países en los que se generalizó el uso de Internet y de los smartphones fueron Dinamarca y Noruega, en donde el incremento del coeficiente intelectual parece estar estancado desde mediados de los años noventa del siglo pasado; y también el Reino Unido, en donde las puntuaciones del coeficiente intelectual de los adolescentes bajaron dos puntos entre 1980 y 2008, después de décadas de continua subida.

En USA los resultados de las afamadas pruebas SAT para el acceso a las más prestigiosas universidades del país dejan ver que desde 1999 el factor verbal (todo lo relacionado con el lenguaje: sea lectura, sea escritura, sea lógica) han ido disminuyendo a la vez que los resultados de las pruebas PSAT, aplicadas a los alumnos de Secundaria.


Continúa Segunda Parte en http://goo.gl/LIULHy

2 comentarios:

  1. Según una investigadora, cuya tesis codirigí, nos alimentamos, en general, no conforme a las necesidades de nuestra naturaleza sino de acuerdo con los intereses de las multinacionales alimentarias. Algo de esto puede estar pasando en relación con el hipercomputacionalismo escolar.

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